Palmeras en la nieve

Isabella Madrid Malo
4 min readFeb 1, 2023

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Curiosamente en esta ocasión, cuando ingresé al país, no lo percibí violento, estresante o intenso. Lo sentí abrumador y muy frío. Cada viaje de regreso a Colombia presenta situaciones raras e interesantes. Sin embargo, no dejo de pensar en aquella amiga de mi madre que le mencionó en el verano pasado que Bogotá se estaría enfriando de una forma anormal. De una forma diciente….

Bogotá era una ciudad cálida. No cálida como Santa Marta, Valledupar o Neiva. Tan cálida que su clima y altura (2.600 Mts), permitían salir con camiseta y una chaquetica ligera. Cálida que te cae el aguacero salvaje y diez minutos después hierve el sol en tu piel y penetra cada vena de tu cuerpo. La Bogotá de hoy llora todos los días, y sus lágrimas muestran su furia y tristeza al inundar nuestra ciudad.

Bogotá era una ciudad en la cual en algunos momentos de mi vida creía que era invencible. Sentía que la vida era eterna y el peligro era invisible. Tal vez era mi inmadurez. Teníamos 18, pero nos creíamos de 30. Salíamos a tomar “Guayas” y rematábamos en una buena rumba donde bailaba toda la noche sintiéndome más viva y eufórica que nunca. Llegué a Bogotá hace dos semanas y me di cuenta de que cada vez que vuelvo, me siento más encerrada.

Bogotá alguna vez fue una ciudad inundada por la naturaleza. El trópico se da a luz en las épocas de lluvia cuando un minuto después de comenzar el baile de las aguas, hemos tomado nuestra segunda ducha del día. Como si el cielo nos gritara “limpien sus pecados”. La naturaleza aún se ve subiendo a la montaña feroz o entrando a las junglas escondida entre neblina eterna, mientras la humedad del trópico nos dice “esta es tierra santa”. Es de a extremos acá, como todo. Eso sí, la naturaleza colombiana es una reliquia universal.

Bogotá alguna vez fue de Bogotanos, o “rolos”, que me suena mejor. El “quiubo” era nuestro saludo primario, los “berracos” se veían en las madrugadas cocinando el desayuno en “chuzitos” por las calles, y lo “chévere” fue sentirme alguna vez realmente en casa. Los visitantes que vienen a quedarse se asoman desde el Norte cada vez más, y nosotros como buenos colombianos (una cultura exageradamente colectiva), recibimos al Norte con los brazos abiertos. El que ha sido nuestro vocabulario como verdaderos locales, se debe explicar a los nuevos integrantes de nuestra tribu.

Mientras caminaba por el Parque del Virrey con mi mejor amigo hace unos días, pasamos por el pequeño monumento de Luis Colmenares y paso seguido, mi amigo lanzó esta frase crudísima: “Colombia como territorio es mágico, pero como país es una mierda”. Y bueno, yo estoy de acuerdo con él parcialmente, pero si tiendo a creer que hay cosas hoy en este país y en esta ciudad especialmente, que nunca han sido…

Creo que Bogotá nunca ha sido muy respetuosa. He estado hablando mucho de lo que Bogotá alguna vez fue y ya no es, pero hablando de respeto, creo con tristeza y risa que nunca lo ha habido. Bueno, no exageremos, Bogotá a veces es respetuosa. Sin embargo, debo confesar que no recuerdo la primera vez en que un carro paró en la calle para dejarme pasar sin hacerle señas; ni la vez que sentí que las elecciones fueron limpias; ni cuando me sentí segura caminando por las calles….pero bueno, eso es cosa de ser mujer en el mundo, no de ser Bogotana. Aunque al final, de aquí vengo yo.

Bogotá nunca ha estado de acuerdo con el Gobierno que se tiene. Desde la “patria boba” hasta el Gobierno actual, todo en este país es extremismo, desacuerdo, división social, conflicto armado, y un hpta bollo. Cada político acá tiene su propia realidad, y se la cree todita. ¿Pero, a decir verdad, cuál es el que está en lo correcto? ¿El que busca igualar las clases sociales mientras se gasta millones en entrevistas? O la que apoya a Donald Trump y Jair Bolsonaro? ¿O qué tal el que abre conversación con el “gobierno” venezolano? Y no olvidemos al que busca proteger los derechos indígenas y nuestras tierras al costo del crecimiento económico. Es irónico, porque todos tienen un punto, pero nadie se pone de acuerdo. ¡Esta es la patria boba moderna!

En todo caso, a lo que iba cuando comencé a escribir esto, es que Bogotá alguna vez fue muchas cosas que no es hoy, y en algunos casos, lo que ha sido ha prevalecido “untado” de periodismo barato, desinformación y prejuicio. La Bogotá donde yo crecí existe parcialmente. Recuerdo mi vida un poco más libre, salvaje, y cálida.

Una cosa que, si debo decir antes de finalizar, es que esta ciudad se está enfriando. Y cuando se vuelva “una nevera”, quien sabe cuáles de nosotros saldremos invictos y encontraremos el calor, en medio de las palmeras en la nieve.

Este texto fue escrito hace dos meses, cuando muchas cosas que han pasado no habían sucedido. Quiero tomar este espacio para compartir el dolor que sentí al enterarme del asesinato de María Mercedes García; madre, hija, abuela, amiga. En Colombia, la vida no vale. La vida no es un derecho. La vida es tener suerte cuando uno sale a la calle y logra regresar a casa. Como decía, Colombia se está enfriando y lo que es más triste es que el corazón de los colombianos ya casi no encuentra calor.

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Isabella Madrid Malo

I write about what being a human feels like. Raw, real, naked.